Liceo
Militar General Belgrano |
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Escritos Interesantes
Martincho pasaselo a los vagos, esta muy bueno lo escribió un ex cadete de varias promociones antes que nosotros, hoy tiene aprox 59 años, un abrazo
Ing. Juan H. Vogt
*El ex-cadete, el liceísta y el síndrome del inmigrante*
Cuando entramos al Liceo nos convertimos en cadetes y cuando
salimos en ex
cadetes, claro!, pero ya nunca más dejaremos de ser liceístas. No
se puede
ser ex-liceístas. Hemos recibido una especie de ciudadanía, que
nos hace
sentir como pertenecientes a una suerte de patria chica.
Cuando egresamos del Liceo en realidad emigramos y automáticamente
ingresamos a una sociedad que durante cinco años vimos e
idealizamos desde
afuera (porque estábamos adentro).
Así nomás nos convertimos en inmigrantes.
El inmigrante tiene idealizada la sociedad en la cual se inserta y
por eso
lo hace. Pero a medida que pasa el tiempo y luego de acomodarse lo
mejor
posible en el nuevo entorno, comienza a extrañar y a idealizar,
ahora,
aquel punto de partida.
Posiblemente, para el inmigrante el lugar que dejó ya no sea el
mismo. El
tiempo habrá cambiado algunas formas, algunas costumbres, pero él
lo
guarda en el recuerdo congelado e inmóvil como una foto en color
sepia. Y
contará a propios y a extraños aventuras y anécdotas que al
repetirse una
y otra vez perderán y ganarán ingredientes y detalles que le darán
esa
patina mágica que los transforma en mitos, verdades equidistantes
entre
la leyenda y la realidad.
En la dura lucha del tiempo con el recuerdo, éste rescata del
olvido las
cosas más lindas, mientras el
tiempo va acunando en sus brazos largos las cosas malas hasta
hacerlas
dormir.
El inmigrante tiene un pueblo que lo vio crecer, que le dio
tonadas y
características que siempre lleva con él. El liceísta tiene una
promoción
que lo vio crecer que le dio vivencias que le pertenecen.
Y cuando se encuentran dos inmigrantes que vienen del mismo país
pero de
distintos pueblos, se llaman paisanos aunque cada uno tenga una
imagen
diferente de ese país, porque en realidad tiene la imagen de su
pueblo,
que quizás sea distante del otro y tenga diferente clima y otro
paisaje.
Cuando nos encontramos liceístas de distintas promociones que a
veces
están muy lejanas en el tiempo, tenemos diferentes paisajes pero
hay un
mismo espíritu que nos hace sentir cerca, es el espíritu de esa
patria
chica que nos marcó con su sello indeleble.
Es que el Liceo, como un padre generoso y carismático hizo sentir
a cada
uno de sus hijos como si fuera único.
Como el inmigrante, el liceísta tiene siempre en su equipaje un
espacio
dedicado a la caja de los recuerdos, que son horas, que son
amigos, que
son los padres que nos miran todos los días desde la foto pegada
con
chinches compartidas en el interior de la puerta del armario.
Como el inmigrante, el liceísta se emociona cuando encuentra algún
paisano
y lo primero que pregunta es de qué pueblo viene, de qué promoción
sos.
Como el inmigrante, el liceísta le responde a sus hijos preguntas
del
Liceo que a lo mejor sus hijos
nunca le hicieron.
Tantas palabras se necesitan para explicar un color, o un sabor,
una
textura, un aroma, un sonido.
¿Cómo explicar el marrón terroso si no figura en la paleta de
colores de
ningún programa, o el gusto de la polenta de campaña, si es sólo
comparable al gusto amargo del domingo a la noche?.
¿Cómo le cuento a alguien la textura de los cardos de la Siberia
capaces
de atravesar la tela más dura?
¿Quién va a entender aquel olor a pasto que nunca más volvimos a
aspirar;
era otro olor a pasto, era
diferente, era el olor a Pasto del Liceo, es posible que hasta hoy
podríamos diferenciarlo de otros olores a pasto.
Como el inmigrante, el liceísta, siente que el único que lo va
entender es
un paisano, es otro liceísta,
aunque sea de otro pueblo, y por eso, sólo por eso, ya lo quiere y
lo hace
amigo.
Volver a pisar el Liceo es como volver a la patria chica pero
jamás
podremos volver al pueblo, porque ya está cambiado, porque es
aquella
promoción que ya pasó, son aquellos doscientos adolescentes
inquietos que
se sentían únicos. Que en realidad eran únicos.
Es que ahora cuando nos encontramos ya no estamos solos, tenemos
que
compartir nuestras reuniones con algunas cabezas blancas, algunas
arruguitas, algunas barrigas descuidadas, algunos lentes de
aumento,
algunas peladas... pero gracias a Dios todavía no se nos cayó del
equipaje
la caja de los recuerdos.
Nota: Dedicado a todos los que me entienden, porque ellos saben
que no
estoy loco. También se lo dedico a los locos que yo no entiendo.